martes, 8 de mayo de 2012

Sin miedo al PODER-ÚTERO, Ánimus v/s Lilith



La madrugada del sábado 5 de mayo, día anterior a la bendición de útero, desperté cerca de las 03:00 am. Mi útero se estaba conectando con la Luna, sentía intensamente una sensación de hormigueo, algo parecido a cuando bajas con velocidad por la montaña rusa, pero permanente, y una calidez que te hace sentir absolutamente viva.
La Luna entraba por mi ventana, una luz plateada que traía mensajes desde mi interior. Aproveché para hacer la meditación previa a la bendición, imaginé mi caldero dorado y moví sus aguas para impulsar mi transformación.
El universo siempre tiene mensajes para mí, esta vez escuché una pregunta ¿Qué poder quieres tener?, mi primera respuesta fue: el poder de la persuasión. No lo pensé. Fue un impulso desde lo profundo, sentí que la MAGIA era parte de mí y juntas formábamos un solo ser.
De pronto mi mente irrumpió con intensiones de controlarlo todo y me dijo: “no querida, tú no buscar PODER, eso es feo, es parte del ego que tanto quieres cambiar. Así, arbitrariamente, cambió mi petición al término HABILIDAD. “Lo que tú quieres querida, es habilidad para la Comunicación” entonces pensé; sí claro, tiene razón, es mejor tener habilidad para decir y hacer desde la verdad, la coherencia, la creatividad y no quedarme en las puras ganas.
Pero la luz de la Luna era tan potente y mi útero procesaba tal energía, que la fuerza de la naturaleza pudo más y respondí: pero lo que siento en este instante es PODER!!! ¿Por qué le tengo miedo al poder?, el poder no es malo…, no es sentirse superior, no es querer aplastar a los demás. El poder está en mi, no lo puedo evitar!!
Recordé a Lilith, porque no es el poder masculino el que tenemos que buscar en nosotras mismas, pues no es nuestra naturaleza. Es el PODER femenino; el que encanta, seduce y persuade desde el amor, desde la contención, desde el cáliz, ese poder de adaptarnos como el agua a todos los caminos, y seguir nuestro curso natural para llegar al mar y formar parte de un solo círculo, una sola gran tribu, parte de nuestra Tierrita madre, para seguir infinitamente nuestro ciclo con la vida, tal como el agua, pasando por cambios; fases altas y bajas, porque además, todas las gotas contienen el mismo océano, sin razas ni países. Las mujeres fuimos, antes del patriarcado, guías de la sociedad, generosas maestras de la sabiduría que la naturaleza nos compartía. Organizadoras de la economía y la educación de nuestro pueblo, respetuosas de las emociones de las personas, y los ciclos. Así el universo confabulaba a favor de la humanidad y de todo ser viviente.
Creo que existe una gran brecha entre lo que hemos podido aprender acerca del Animus como imagen de empoderamiento femenino: “Las imágenes arquetípicas de lo eterno masculino en el inconsciente de una mujer” como lo describe Carl. Jung. La capacidad de pasar a la acción, la fuerza, la mente fría, la capacidad de reacción, etc. Mientras que Lilith, nos pone en contacto con nosotras mismas, con nuestros poderes espirituales y los poderes superiores de la mente, Lilith es un puente de la visión interna, la que siempre sabe qué es lo que hay que hacer o decir en el momento oportuno. Lilith no toma decisiones sólo desde la mente, ella sabe que es parte de la Totalidad e involucra sus vidas pasadas y todos sus dones para actuar, está ligada al afecto y las relaciones, al placer y la autovaloración. El poder que nos ofrece la luna a todas las mujeres es la serpiente kundalini que conecta nuestra Tierra con la energía universal. No la despreciemos.
Ahá hermanas!!

viernes, 20 de abril de 2012

La nueva jefa

La semana pasada en la oficina nos informaron que el lunes 23 llegará nuestra nueva jefa directa. Una mujer colombiana con mucha experiencia en el área. Mi primer pensamiento fue: “ojalá sea simpática y no muy negrera, todos los colombianos que conozco son simpáticos como los que salen en Betty la Fea, además tienen una cadencia y un modo tan bonito de hablar…”.
Todos tendemos a usar nuestra imaginación ante de conocer a alguien, pero esta me parece una linda oportunidad de conocerme más a mi misma.
Intentaré aplicar algunas cosas que he aprendido en muchas lecturas. La primera y que considero la más importante es que nadie se cruza en tu vida por casualidad. Todos tenemos un sentido para otros y veré qué aprendizaje sucederá de este encuentro y relación. Sobretodo sabiendo que todos y todas formamos parte de una única masa energética en constante movimiento y cambio.
Junto con ello, intentaré no hacer juicios anticipados a su persona, con un típico “al menos se ve simpática” quiero dejar esta vez a mi observador interno hacer su papel de niño, que no conoce y todo le asombra. Si bien es difícil dejar de hacer asociaciones con lo conocido, es un buen ejercicio intentarlo, recordando siempre que todo lo que veo en los demás es algo que tengo en mi misma, las personas son espejos de mi forma de ser. Pondré ojo especialmente si algo me incomoda en ella.
El otro factor que quiero considerar es una afirmación que propone Louise Hay, en donde asegura que con frecuencia, tendemos a recrear nuestra forma de relacionarnos con nuestros padres en el ámbito adulto, ya sea con nuestras parejas, profesores, o jefes. ¿Se parecerá esta nueva jefa a mi mamá? No lo sé, esperemos que nazca una relación nueva, creativa, generosa.
Finalmente me gustaría reconocer en mi nueva jefa a una hermana de la tribu,  aunque esto sea parte de mis expectativas, y bien he aprendido que no hay decepción sin expectativas, prefiero mantener mi intención en este sentimiento. Si bien el corazón es lo que nos hace ser quien somos, abriré mi mente y dejaré que las intuiciones femeninas se reconozcan antes que nuestros fríos nombres civiles y cargos respectivos.
Inlak’ech, Namasté, Bendiciones

jueves, 27 de mayo de 2010

Puedo salir volando

El espacio que había entre los dientes de su madre, a Rosa le provocaba gran curiosidad.  A menudo preguntaba la razón y ella siempre explicaba lo mismo, que se le estaban juntando mucho y el dentista sacó uno para que no se montaran.
Tenía sobre la nariz salpicadas un grupo de pequeñas pecas cafecitas que le parecían divertidas, y los ojos, para qué decir, eran hermosos.
Para Rosa su madre era bella y dulce, dulce y lejana, lejana y volátil. Si Rosa pudiera describir a su madre hoy, diría que es fugaz, como un viento que pasa meciendo las hojas y luego se va más allá.
Cada día cuando cocinaba cantaba una canción, para despertarla por la mañana cantaba otra canción y también para acostarse había una canción.

Rosa sentía que su madre vivía en un mundo ajeno, lejano, al cual ella no podía entrar, seguramente las canciones que sabía, habían salido de uno de los cuadros de la pared. Creía que detrás de cada cuadro existía un mundo, un espacio al cual su madre entraba por las noches cuando ella dormía. Los cuadros eran puertas hacia otros mundos, los observaba largos ratos y soñaba imaginado historias y viajes en esos paisajes extraños, sus preferidos eran dos cuadritos pequeños que tenían un fondo azul lleno de sombras y luces y uno o dos personajes cuya silueta mostraba figuras humanas orientales, estilizadas, con sombrero de chinito y remando de pie sobre una delgada canoa o caminando a la hora del crepúsculo por valles solitarios en dirección al horizonte.
Algunas veces Rosa acompañaba a su madre a la clínica donde trabajaba, el viaje era muy entretenido y la niña sentía que en esos momentos era amiga de su madre, conocía sus trámites secretos y la veía en una faceta de mujer adulta e independiente, arreglada y segura de si misma. Iban todo el camino conversando, se subían al metro y comentaban las calles y los edificios, Rosa hacía muchas preguntas y Josefina le explicaba todo con una respuesta clara, ella quedaba muy satisfecha, pensaba que Josefina, que era el nombre de su madre, era una mujer de las cuales se debe sentir orgullosa cualquier hija.
Al llegar todo cambiaba, traspasaban la puerta, ella hablaba con algunas personas y dejaba a Rosa a cargo de las enfermeras o alguna secretaria, luego de eso se esfumaba para hacer sus trámites.
Era común que la niña partiera sin rumbo a caminar por los innumerables pasillos de la clínica, caminaba observando todo a su alrededor, aparentemente no existía restricción para que circulara libremente por el edificio, al parecer las personas de la clínica conocían a Rosa o bien ella era invisible, pues nunca le impidieron el paso hacia ningún sector. Uno de los lugares que visitaba con mayor interés era una gran sala llena máquinas y calderas que tenía como techo sólo planchas verdes de fibra de vidrio que dejaban pasar la luz y todo allí parecía una esmeralda, los aceros brillaban con tonalidades verdes y las murallas se iluminaban reflejando ese hermoso color. Los pasillos de la sala eran como plataformas suspendidas sobre el suelo, tenían piso de goma antideslizante y barandas metálicas a ambos lados. Allí podía creer que se encontraba en una nave espacial, y los vapores de las calderas anunciaban el inminente despegue hacia el espacio exterior.
Cuando se aburría de jugar a los exploradores del universo seguía su camino. Al avanzar a través de la sala de máquinas se llegaba a la salacuna, éste era el único sitio donde Rosa conversaba con alguien, llegaba y ahí se encontraba Mirella, una enfermera a la cual su madre le había presentado personalmente y daba la impresión de que eran amigas, de hecho su madre al llegar le indicaba: anda a la salacuna, ahí está la Mirella, ahí te puedes quedar mirando las guagüitas.
En sus despreocupados recorridos hacia algún lugar por descubrir pasaba por dos o tres ventanales grandes, los que del otro lado dejaban ver exóticos patios interiores que más bien parecían invernaderos y a Rosa le hubiera encantado poder entrar a uno de ellos y respirar profundo por la nariz y sentir el verde de las plantas y la humedad de la tierra, pero nunca encontró la puerta, no se explicaba cómo llegaron esas plantas ahí ni como las regaban.
Otro lugar que le parecía muy particular era el comedor, al cual se llegaba después de atravesar un largo pasillo inclinado completamente cerrado en sus cuatro costados, un verdadero túnel. Al final había una puerta de doble hoja y goma en los bordes, las manillas metálicas estaban siempre frías. En ese lugar las personas sí le hablaban, pero no eran amables, parecían fijarse en ella sólo para regañarla por el puro hecho de sentir el impulso incontrolable de avanzar por el pasillo corriendo y aterrizar de frente ante la puerta que se abría violentamente y del otro lado todos los comensales giraban su cabeza y la quedaban mirando fijo a los ojos con cara de perro enojado. Lo hizo sólo algunas veces, con el tiempo aprendió a comportarse.
El mobiliario del comedor constaba de mesones y bancos de cemento pintado que continuaban la línea de los muros, se parecían un poco a asientos del metro. En el comedor las personas retiraban sus bandejas plásticas y se sentaban a comer manteniendo una conversación baja, cuando iba acompañada de Mirella era bien recibida, le servían una bandeja con muchos compartimientos de varios tamaños y formas. En uno de los espacios cuadrados más pequeños habitualmente se ofrecía una jalea con fruta picada. Para Rosa la jalea era un precioso zafiro transparente y tardaba largos minutos en comerla. Si era de color verde, se le antojaba una esmeralda, si era roja le parecía un rubí, no disfrutaba de su sabor, era más bien desabrida, pero era precisamente eso lo que le gustaba, su consistencia inmaterial, Rosa gustaba de los alimentos desabridos como las galletas de chuño que dan a los enfermos, o las galletas de oblea a las cuales les comía sólo la masa delgada y quebradiza, dejaba toda la crema. Una de las cosas que Rosa soñaba probar era la masa de la ostia, le habían dicho que al depositarla en la lengua se deshacía como agua. Se la imaginaba suave y fresca y le atribuía la propiedad de hacer sentir a quien la comiera una inmediata conexión con Dios y los seres espirituales. Rosa nunca probó la ostia, no hizo la primera comunión, se retiró de la catequesis pues no la entendió, ni a los otros niños que allí acudían, le parecían crueles, envidiosos, lejanos de Dios.
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Rosa pasaba la mayor parte del tiempo acompañada de su padre, pues Josefina hacía largos turnos en la clínica durante los cuales no la podía llevar, eran turnos de un día y una noche o incluso de hasta dos días seguidos.
Su padre era un hombre reflexivo de rostro melancólico, de escasas palabras con las demás personas, pero a pesar de eso los mejores momentos de su infancia fueron con su padre, él le enseño el otro sentido de las cosas, si su madre se encargaba de las cosas prácticas a él le tocaba el papel de ampliar más todavía su gran imaginación de niña, a diario le contaba unos diez cuentos que generalmente hablaban sobre niños curiosos que descubrían pasadizos o puertas secretas que los llevaban a otros mundos, donde vivían inimaginables aventuras, en las cuales se destacaban siempre los valores de lealtad entre hermanos o amigos, respeto por los animales compañeros y salvajes y sobretodo la virtud de la aventura, el desafío de explorar sin temor lugares desconocidos.
Rosa y su padre salían con frecuencia a caminar, recorrían las plazas, las calles y avenidas, al llegar a la Carretera Panamericana subían a unos enormes puentes peatonales que le impresionaban mucho, tenían al comienzo una gran escalera de caracol o bien unas largas rampas muy cansadoras, de todos modos uno podía ayudarse con la fuerza de los brazos afirmándose de las barandas anaranjadas, al llegar arriba se detenían para contemplar el vasto espacio que se abría ante sus ojos desde esa altura. Bajo sus pies los automóviles pasaban a gran velocidad añadiendo más ímpetu al viento que reventaba en sus caras. En ese lugar el silencio cumplía la función de comunicarlos, los minutos transcurrían lentos, en la mente de ambos asomaba la calma y un fuerte deseo de abrir los brazos y volar. El cielo ofrecía sus atardeceres mágicos, que hechizaban al mirarlos, se quedaban quietos recibiendo con gratitud aquel espectáculo.
El sol anaranjaba sus rostros y alegraba su alma hasta que desaparecía tras las nubes o el horizonte infinito.
Rosa en su imaginación creía ver más allá de los cerros de la cordillera de la costa, alcanzando con su mirada fantástica ciudades costeras con todas sus casitas de colores y hasta veía el mar tragándose al sol.
Hacia el lado opuesto podían ver la cordillera enorme, magnífica con sus cimas de nieve tornasolada y su piedra morada. Rosa también creía ver pueblitos pequeños con cientos de casitas encendiendo sus luces para recibir la esperada tranquilidad de la noche que en un envolvente silencio invita a recogerse en el hogar, tomar algo calentito y dormir acurrucado en una cama mullida para dejar que los sueños ocupen por completo el mundo secreto que existe en la mente de las personas. Así volvían a la casa.
Durante los meses de primavera partían por las mañanas con un destino determinado previamente por su padre, él no le adelantaba detalles pero al llegar Rosa comprendía que se trataba nada más y nada menos que del circo, pero no acudían a la función, si no a las instalaciones desiertas, a esa hora todo el personal de los circos dormía y quedaba para ellos todo a su disposición, el padre de Rosa recorría los juegos con entusiasmo. La encaramaba sobre algún carrusel y empujaba para moverlos unos pocos centímetros, podían cambiarse al juego que quisieran porque nadie se los podía quitar en ese momento, todo lo que había allí era sólo para ellos, la carpa, los juegos, las jaulas de los animales y los animales que se podían visitar sin problema, se veían despiertos, tranquilos, parecían disfrutar de la quietud de la mañana. Realmente Rosa y su padre se sentían los dueños del circo.
Sólo el apetito de la hora de almuerzo los hacía regresar a casa o bien algún payaso recién despertado que les daba un ratito más de permiso y les decía que se fueran luego antes que apareciera el verdadero dueño.
Padre e hija disfrutaban caminando, su padre le decía que caminar ayuda a pensar, aunque a veces en su cansancio Rosa terminaba al apa o encaramada en los hombros de su padre.
Otro recorrido frecuente y que podían visitar en cualquier época del año era la Feria Libre, donde desfilaban gran cantidad de personas de diferentes tipos; algunas mujeres gordas y contentas con ropa multicolor que ofrecían sus verduras a grandes voces, hombre viejos y gastados mendigando monedas con un tarrito, niños con las manos sucias empujando carretones llenos de bolsas con las compras de las dueñas de casa, gente vendiendo chillones pollitos amarillos amontonados en el suelo con una caja de cartón como corral, etc. pero lo más genial de todos ellos era un hombre de enormes zancos y largos pantalones que tomaba a Rosa por los aires y la elevaba a una altura de casi tres metros. Rosa pensaba que estaba demasiado alta y costaba mucho bajarla de ahí, a veces caminaba en brazos de este gigante a lo largo de toda la Feria, su padre los acompañaba con orgullo y alegría en el rostro.
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Las estaciones continuaron su incansable paso y la familia se trasladó a vivir a otra comuna, cerca de la casa de su abuelita y cerca de los cerros. Fue como comenzaron a recorrer lugares asoleados con senderos y huellas que llevaban a ninguna parte, la bicicleta los transportaba cada vez más lejos, inventaron una melodía para volver a la casa y otra para seguir el camino desconocido, se llamaban "la canción encontradora" y "la canción perdedora", Rosa a menudo prefería entonar la perdedora y seguían largas horas en los cerros, encontrando un canal por aquí, un puente por allá y hasta una mina de maicillo. Durante el camino de subida su padre caminaba empujando la bicicleta y Rosa iba sentada en la parrilla pues desde el asiento no alcanzaba el manubrio. A ratos se sentaban a descansar y ella recogía piedrecitas para llevar a su casa, tomaban mucho sol que renovaba sus energías y se estiraban de espaldas sobre el pasto a mirar las nubes, inventando historias con los personajes que iban apareciendo en ellas. Al volver el camino de bajada se transformaba en una fiesta, volaban al atardecer en la bicicleta para regresar a casa.
La madre de Rosa fue haciéndose cada vez más ajena a los cuentos y los viajes de exploración, pero sucedió que la economía del hogar requería de iniciativas y a Josefina se le ocurrió la genial idea de participar en el mundo de las ventas puerta a puerta.
Para estos menesteres Rosa se convirtió en la perfecta acompañante de su madre que recorría las casas de sus conocidos llevando un negocio de tejidos de hilo.
Para ella su madre eligió un suéter de hilo color mantequilla, una prenda demasiado delicada como para usarla tan seguido, a Rosa le gustaba mirarla, tocarla y olerla, y sólo la usaba para salir con su madre cuando iban a hacer algún trámite importante o para su cumpleaños y hasta para la navidad.
La madre de Rosa al parecer era muy inquieta o talvez inestable en el asunto de las ventas y sin motivo alguno apareció un día con muchos juguetes en la casa. Había cambiado los tejidos porque la gente le encargaba juguetes. Seguramente sería época de navidad.
Rosa se adjudicó una cocina en miniatura con lavaplatos de verdad, en realidad solo salía agua por la llave al llenar un recipiente y conectar una manguerita. Pero era maravillosa, tenía todos los utensilios en perfecta escala; sartenes, espumaderas, verduras, etc.
Durante algunos meses se la pasaron en esa entretenida rutina de hacer demostraciones de los juguetes, aunque lo que siempre escaseaba eran las pilas, seguramente en esos tiempos eran muy caras y por lo general los juguetes usaban muchas y de las más caras. Probablemente el negocio de los juguetes tampoco fue muy rentable y se desvaneció en el tiempo.
Los negocios de la madre se devenían entre ollas de acero inoxidable, con utensilios cada uno más ingenioso que el otro -había desde cafeteras hasta cuchillos ultra flexibles y de filo eterno, que formaban parte de toda una perfecta y grandiosa batería de cocina- y toda una familia de herméticos, pero realmente herméticos, de todos los tamaños y colores, a los cuales Rosa nunca consiguió dominar del todo. Pues no logró encontrar la técnica para cerrarlos.
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El trabajo en la clínica retomó los turnos largos, y durante dos noches y tres días la madre de Rosa desaparecía por completo.
Fue probablemente en esa época que Rosa comenzó a entrar en el mundo de los cuentos que le contaba su padre, pasaba muchas horas mirando por la ventana de su habitación.
Una noche en que la luna iluminaba el cielo Rosa vio abrirse de par en par las ventanas, un viento frío la despertó moviendo violentamente los visillos y ella sin querer salió de su cama flotando suavemente por los aires, la luz la invitaba a avanzar hacia delante, sentía el aire frío en su cara y cuello, el pelo se le revolvía pero se sentía a gusto, como hipnotizada por la luna, cruzó el enorme patio y la reja de calle y se vio de pronto afuera de su casa, comenzó así a recorrer el barrio, más allá de su casa volando por sobre los cables del tendido eléctrico, todos los vecinos dormían pero Rosa no sentía miedo, se sentía segura en esas calles pues su abuelita y sus tíos vivían en la cuadra siguiente. Era muy entretenido volar a esa altura, las luces eran anaranjadas y se podía ver las calles vacías y los árboles que afirmaban sus hojas para que el viento no se las llevara. Observaba con atención los patios de los vecinos curioseando todo lo que había, era un gran privilegio entrar en la privacidad de quienes ni siquiera la conocían. Luego de algunas horas Rosa retornaba a su cama y se dormía.
Cada noche Rosa volaba un poquito más lejos, en una ocasión logró cruzar los cerros que ya conocía bien en los recorridos que hacía con su padre durante el día en bicicleta y se encontró en un mar de montañas, hacía más frío que de costumbre y la luz de los faroles ya no iluminaba el camino, pero Rosa no sentía aún ganas de volver, continuó pues y descubrió paisajes maravillosos, con ríos que cantaban al bajar desde los cerros, y piedras de colores que brillaban cada una reflejando una estrella o un lucero, recorrió bosques deshabitados y pudo comunicarse con aves nocturnas que le daban la bienvenida, a veces bajaba al suelo para caminar descalza sobre la hierba húmeda y se sentía tranquila y contenta de poder disfrutar de este don que la hacía diferente.
Cierta vez ocurrió que durante una tarde, mientras toda la familia tomaba once al interior de la casa de su abuela, Rosa salió volando por los aires luego de impulsarse muy fuerte en el columpio que le había fabricado su padre debajo de un enorme damasco imperial, Rosa se sorprendió al ver que también podía volar a plena luz de día y con su familia despierta, pues siempre lo hacía en secreto, sin embargo sólo dio unas vueltas y aterrizó unas calles más allá, pensó volver rápidamente pero como ya había bajado debía hacerlo a pie, no fuera a suceder que algún vecino la viera flotar por los aires y le contara a las demás personas pues Rosa creía que si alguien la descubría se rompería la magia que la hacía volar, creía esto porque nunca en todos sus vuelos se encontró con otro ser humano. Al aterrizar en la calle se sintió nerviosa pensando que alguien de su familia podría notar su ausencia y comenzó a correr con todas sus fuerzas, alcanzó tanta velocidad que sin querer nuevamente estaba subiendo en el aire, volvió rápidamente a su casa sin mirar atrás y entró para tomar la leche con milo y comer pan con mantequilla y mermelada.
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Rosa comenzó a quedarse en la casa de su abuelita, que era una pequeña parcela, con gallinero y parrón, una gata y una perra, allí se dedicaba a jugar y también cuidar el pequeño huerto que había en el patio, la abuelita le enseñaba el nombre de cada una de las matas de la huerta, antes de almuerzo salían a buscar orégano o perejil y aprovechaban de comer alguna hortaliza ya madura, la abuelita elegía para su nieta las hojas más tiernas de espinaca francesa que eran un manjar, eran tan ácidas que no era necesario aliñarlas con limón, se lavaban con agua y listo, también recogían frutillas, tomates y porotos verdes, Rosa jugaba con tierra y era una experta en el arte culinario de colar la tierra con un colador viejo que le había regalado su abuelita, luego mezclaba cuidadosamente el fino polvo con distintas cantidades de agua para formar cremas, pasteles y tortas que decoraba con bolitas de barro y hojas de varios tamaños y colores, utilizaba como molde para los queques una lata azul de crema para las manos que su tía le había dado, quedaban perfectos.
Por alguna razón a Rosa le tocó levantarse un día muy temprano, era todavía de noche, su abuela la despertó, la vistió adentro de la cama, le dio la leche y salió bien peinada a la calle de la mano con su tía, desde ese día empezaron a viajar cada mañana muy temprano a la escuela donde ella trabajaba, todavía no tenía la edad para el jardín pero iba de oyente, aquel era un lugar bastante especial, una escuela rural muy apartada de la casa, debía cruzar varias comunas en micro para llegar donde se acababa el camino y estaba la escuela, el viaje en micro era toda una aventura, por una parte casi todas las personas que tomaban ese recorrido se repetían cada mañana y eran conocidos de su tía profesora y por otro lado el viaje en si mismo era algo peligroso, la micro al salir de la ciudad cruzaba un puente que se adjudicaba la leyenda de haber sido visitado por el mismísimo diablo en persona y a su vez expulsado desde ahí por Dios, quien resguardaba el paso hacia el otro lado de todas las personas que por allí cruzaban cada día. Luego de eso avanzaba por un camino lleno de curvas y subidas empinadas que bordeaban el río que se encontraba allá abajo a muchos metros. En el camino había grandes casas con muchos árboles y de vez en cuando pasaba por el lado del bus una carreta tirada por caballos, o jinetes que la saludaban sacándose el sombrero, algunos niños también llegan a caballo al colegio. Luego de una hora y media de recorrido llegaban a la escuela y el microbús se devolvía. Realmente era una aventura.
La vida de Rosa transcurría entre la escuela rodeada de cerros llena de niños campesinos, los juegos en la casa de su abuelita, y los cuentos y paseos con su padre, y sin darse cuenta Rosa dejó de ver a su madre, se transformó en una figura lejana pero querida y admirada, la belleza de su madre no cambiaba en la retina de Rosa, su nariz perfecta, sus ojos almendrados de rizadas pestañas, su piel blanca y su suave voz, Rosa cantaba a menudo las canciones que su madre le enseñó mientras hacía pasteles de barro, cantaba mientras volaba en su columpio y cantaba a voz en cuello mientras viajaba en el bus hacia el colegio entreteniendo a todos los pasajeros.
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Rosa siguió volando durante las noches y lo hacía porque tenía el don. En un comienzo pensaba que eran solo sueños que tenía por las noches pero ocurrió que un día visitó la cada de uno de sus vecinos de la otra cuadra y se dio cuenta que el patio le resultaba familiar, reconoció perfectamente todas las cosas que había allí. El vuelo hacía pensar a Rosa que el mundo no es tan sólo como se le presenta a los niños, ella vivía de otra forma la vida, nunca comentó esto con otros niños pero suponía que ellos no poseían la misma virtud, sus amigos del barrio jugaban agrupados pero ella disfrutaba más de la soledad, a veces lograba cautivarlos con alguna de sus ideas como cuando se le ocurrió en pleno verano sacar el alquitrán derretido que había en la calle para hacer figuritas como si se tratara de plasticina, a ella nadie la retó pero a los otros niños les prohibieron seguir haciéndolo En la imaginación de esta niña ocurrían cosas demasiado maravillosas como para volver a la realidad, no se puede decir que Rosa era una niña tranquila, siempre se estaba encaramando a los árboles o hasta se subía sobre la pandereta de la casa con el gato en brazos para mirar el atardecer, los adultos de su familia no cuestionaban su comportamiento excepto cuando sus aventuras la hacían correr algún riesgo como subirse al techo pero como era bastante ágil nunca sufrió una caída y su abuela y su padre la dejaban prácticamente hacer todo lo que quisiera. Era amiga del verdulero que pasaba en su carretela con un caballo, la dejaba subirse y dar una vuelta con él, el señor de los huevos también la paseaba en su triciclo, las personas eran buenas con Rosa y ella las entretenía porque era muy buena conversadora.
Poco a poco se fue transformando en una personita dotada de gran independencia, su corazón reconocía a la libertad como el valor más profundo que le entregaba su familia, disfrutaba plenamente de ser niña, no gastaba tiempo en imaginarse cómo sería su vida de adulta, y cuando alguien le preguntaba qué quería ser cuando grande se limitaba a responder que aún faltaba mucho tiempo para eso.
La familia de Rosa la constituían sus padres, su abuela y su tía y su tío, para ella eran todos, los seres más buenos de la tierra, los quería tanto y se sentía tan querida que todo funcionaba bien para ella. Todos vivían cerca y eran muy alegres, siempre celebraban los cumpleaños, las navidades y los años nuevos, hacían harta comida, y en verano almorzaban bajo el parrón, en las fiestas había pocos regalos pero eso no era importante, en realidad ella hubiera preferido recibir uno solo y con ese entretenerse en todos sus juegos pero a veces llegaban varios, para la navidad ayudaba a adornar el arbolito y era la encargada oficial del pesebre que ordenaba con mucho cuidado, después que pasaba la navidad guardaban todo muy bien y lo dejaban listo para el otro año, nada era desechable. Josefina hacía siempre la torta y las galletas, era muy entretenido porque le daban un pedacito de masa para jugar y hacía sus propias creaciones, y aunque la galleta de Rosa quedaba adornada con la mugre que tenía en las manos, igual la echaban al horno y ella esperaba a que estuviera lista para sacarla, mostrarla a todos y comérsela con gran satisfacción. Para un año nuevo Josefina quiso cambiar de labor y propuso ser la encargada de la cena, estuvo mucho rato cocinando y finalmente presentó un exótico plato de caracoles de jardín que estuvo criando durante un mes en un cajón de madera lleno de aserrín y con dieta estricta de lechuga. Rosa no quiso probar pero todos comentaban que era muy rico y sabía a chicharrones de verdura.
Los padres de Rosa habían logrado ahorrar dinero en el banco gracias a su trabajo y al apoyo del resto de la familia, ahora tenían independencia económica y pudieron por fin comprar una casa para ellos, y aunque ya no estaban tan cerca de su abuela, y sus tíos, había muchas otras cosas buenas, era increíble tener un dormitorio para ella sola y tener un nuevo patio para descubrir y desenterrar tesoros, ese lugar prometía muchas aventuras nuevas. A este cambio se fueron sumando otros de gran importancia en la vida de la niña, que fue creciendo y aprendió a disfrutar de una vida normal como la de todos los niños, comenzó a ir al colegio y a tener más responsabilidades. Pudo leer a su antojo y también escribir además de las tareas, cartas para el día de la madre y poesías para el día del padre.
Con el tiempo llegó un nuevo integrante, un hermanito no muy sociable que tardó dos años en compartir los juegos con ella, antes era muy pequeño y llorón, tempo después la más dulce de las niñas nació en su familia, su hermana, una niña morena con profundos ojitos negros y ternura incomparable. Finalmente un cuarto hermano apareció de pronto cuando Rosa ya era adolescente y no se le pasaba por la cabeza ni por un instante la idea de tener que compartir su pieza con su hermana pequeña como sucedió entonces. La familia crecía escribiendo su propia historia, ya más alejados de su abuela y sus tíos. Sin embargo su casa era visitada muy seguido por la familia que los extrañaba grandemente. En aquella casa se celebraron el matrimonio de su tía y el bautizo del primer hermano, también a los cumpleaños de Rosa asistía toda la familia, pero las navidades y años nuevos se siguieron celebrando en casa de su abuelita.
Los dientes de Josefina se fueron juntando ordenadamente tal como previó el dentista, cuando ella sonríe tiene tres dientes delanteros en vez de cuatro. Todavía desaparece de la casa por dos o tres días pero Rosa ahora sabe que la libertad y la independencia fueron las virtudes que recogió como herencia de su madre y que son esas las cualidades que le hacen sentir tanta admiración por ella. La aventura y los sueños que hacía realidad su padre dejaron en ella las ganas de vivir con alegría y valor, amando a la familia como el tesoro más preciado pero sin sentir jamás la necesidad de poseerlos como un objeto egoísta sino entendiendo que la vida entre las personas es para compartirla y poner cada uno de su parte para hacerla impredecible y maravillosa. Rosa y su madre en el fondo son muy parecidas; aman por sobretodo a la familia pero llevan en el corazón la libertad como la fuerza que usan para hacer girar el mecanismo de la vida.
Para volar no se necesitan alas, puedes salir cada vez que desees, y avanzar sin temor alcanzando más altura, llegando más lejos, basta con mirar hacia el cielo, respirar profundo y dejar que la imaginación y el viento nos envuelvan, para poco a poco irnos elevando hasta sentir que ya somos libres.



FIN

Cosas que pasan

UNO

Un día apareció por mi casa un fotógrafo de esos típicos de colegio, vendiendo las fotos de un acto escolar. Llegó quien sabe con qué datos porque la foto que estaba vendiendo no era ni de mi colegio ni aparecía yo.
Era la fotografía de otra niña –muy parecida a mí por cierto- y seguramente algún vecino del sector, al confundirla conmigo le indicó mi dirección.
El asunto es que ni yo ni nadie de mi familia nos encontrábamos esa tarde, así que nuestra vecina, una viejita muy amable e ingenua y que además me tenía gran cariño, accedió a comprar la fotografía por nosotros.
Al llegar a nuestra casa la vecina nos contó la situación y mi papá un poco enojado al darse cuenta que no era yo y sobretodo por el precio de la fotografía, que habrán sido unos mil pesos, que para ese entonces era una suma considerable, decidió darle el dinero a la vecina refunfuñando contra la sinvergüenzura del fotógrafo y me encargó a mí que fuera a solucionar el asunto con la verdadera dueña.
A la niña de la fotografía yo la ubicaba algo y sabía más o menos dónde vivía.
Con mucha timidez grité aló en la reja y salió a abrir una señora que desconfiadamente me peguntó qué quería, le expliqué lo mejor que pude lo que había sucedido, pero ella no se mostró en absoluto interesada en escuchar mi historia. Desde la puerta me dijo que no y que mejor me fuera porque ya era tarde.
No logro recordar que sucedió después, sólo sé que cada vez que veía a esa niña y a su amiga, que no eran muy simpáticas que digamos, sentía una vergüenza atroz porque creía que sus risas iban derechito a burlarse de mí.

DOS

Para variar nunca estaba a la moda, mi papá que siempre ha sido el Robin Hood de los vendedores fracasados, me había comprado en no se qué zapatería escondida en algún rincón, unas zapatillas empolvadas, exhibidas por años en la repisa de la tienda.
Seguramente habían salido baratas, por eso las compró, pero más bien por solidarizar con el vendedor o dueño a cuya tienda no entraban ni las moscas.
Yo usaba las zapatillas porque no me quedaba otra, mientras los demás niños lucían sus North Star nuevecitas con franjas azulinas, yo le daba como tarro a mis marca chancho de lona blanca, gruesa goma delantera, que las hacían a mi gusto parecerse mucho a los zapatos que usan los payasos en su show.
Hubo una ocasión en que me encontraba en la calle conversando con una niña que tenía más o menos mi misma edad, pero a quien yo no le agradaba en absoluto, era bastante presumida y claramente tenía más personalidad que yo. De pronto la conversación derivó en mis zapatillas, ella se encargaba de dejar en claro sus apreciaciones respecto a la forma, el color, la inexistente marca y sobre todo lo viejas y feas que eran, porque de hecho ya estaban tan usadas que hasta tenían agujeros en la lona.
En un descuido mío, me arrancó una zapatilla y la lanzó sobre el techo de una casa.
Yo me quedé perpleja y humillada ante las hilarantes carcajadas de ella.
Al poco rato ella decidió entrarse y ahí me quedé yo parada pensando alguna estrategia para recuperar mi zapatilla.
Más encima, toda la situación había ocurrido en un escenario que la beneficiaba más a ella que a mí; estábamos en su pasaje y ella podía observar desde la ventana de su living cómo me las ingeniaba yo para recuperar mi zapatilla del techo de la casa de unos vecinos que yo no conocía pero ella sí.
Decidí entonces llamar a la puerta y explicar lo ocurrido pero para mi mala suerte sólo recibí un reto de la dueña de casa que me preguntó si yo estaba loca, que cómo se me había ocurrido tirar la zapatilla arriba de su techo.
Aparte de que entendió todo mal me dijo que no existía ninguna posibilidad de sacarla de ahí, que era imposible.
Para mí era tan sencillo como que me dejara subir a su techo y listo, peo ni siquiera se me ocurrió mencionarlo ante tamaño mal humor de la señora.
Así volví a mi casa con una sola zapatilla y debí usar los zapatones del colegio para toda ocasión y por bastante tiempo.

TRES

Esto sucedió hace poco tiempo, para la celebración del año nuevo del 2001 puede ser.
Estábamos con mis hermanos y mi pololo celebrando el año nuevo con un pequeño asadito en el patio, por supuesto que todos los menesteres culinarios y del hogar estaban a cargo mío pues mi mamá para variar se encontraba trabajando esa noche.
De hecho estábamos celebrando porque extrañamente mi papá había decidido no ir a su trabajo y propuso comprar una carnecita para hacerla a las brazas, yo me encargué de las ensaladas y el arroz y también de lavar los platos y ordenar la cocina.
En fin, cuando eran cerca de las once y cuarto de la noche vi a mi papá salir a la calle con el carrito de la feria por la puerta del patio, le pregunté en tono de broma si iba a dar una vuelta a la manzana con el carro en vez de una maleta como es la tradición y me respondió que sí.
Al rato llegó y nos invitó a todos a ver los fuegos artificiales de la torre ENTEL, hecho que me extrañó de sobremanera porque mi papá nunca ha estado ni ahí con las celebraciones de año nuevo.
Ordenamos un poco y apagamos las luces, nos subimos todos al auto y vi que el carro de la feria estaba en la maleta, que no alcanzaba a cerrarse por el tamaño del carro. El asunto es que nos apuramos para que no nos dieran las doce en el camino, llegamos justito y encontramos un estacionamiento en una callecita muy cerca de la Alameda.
Vimos los fuegos, gritamos, nos abrazamos y luego que se acabó todo, mis hermanos, mi pololo y yo pensamos en irnos, pero mi papá en vez de partir al auto apareció con el carro y dijo: no, no, nada de irnos, ahora vamos a recoger botellas.
Creo que todos tuvimos unos segundos de estupefacción pero como no había otra opción despabilamos y empezamos a echar botellas de champaña al carro de la feria. También en bolsas y en lo que fuera; las empezamos a juntar a una orilla de la calle y la propia gente que por ahí pasaba nos entregaba su aporte, dando por hecho que allí se dejaban las botellas.
Entre tanto nos tomábamos todos los conchos estuvimos en ese afán casi dos horas y tuvimos que parar porque ya no cabían más botellas en el auto. Nos subimos como pudimos, apretados, uno encima del otro y volvimos a la casa.
Días después le pregunté a mi papá cómo le había ido con el negocio de las botellas y me contestó que no muy bien porque la compraventa había bajado los precios aprovechando que en esa fecha había exceso de oferta.

martes, 4 de mayo de 2010

Re-encantamiento (de la profesión)

La tía Tamara era una joven ejemplar, tercera de cuatro hermanos en una familia donde el padre no alcanzó a conocer la escuela y la madre tuvo la ilusión de sentirse estudiante sólo hasta el 3º de preparatoria.
Una noche de diciembre tomó rumbo a Antofagasta, previo a haber acordado por carta un alojamiento seguro en casa de una tía lejana.
Ansiosa, se despidió se su familia sin llorar, sabía que no iba a la vuelta de la esquina pero confiaba en la buena estrella que alumbra la frente de las personas constantes y esforzadas.
Fue recibida como se acostumbra a recibir a los familiares que vienen de la capital, con muchas preguntas y comida. Le asignaron una habitación independiente con ventana hacia el patio, un enorme ropero donde distribuyó sus pocas pero bien elegidas prendas y una cama con somier de alambre y colchón de dos piezas que se hundía al medio formando un nido, cuyo algodonado espacio no contribuía al sofocante calor que por las tardes acostumbra recoger la siesta de los habitantes del norte.
La mañana del lunes partió muy temprano a tramitar su matrícula en la universidad; Pedagogía General Básica, para ser una niña de bien se puede elegir un futuro como profesora o enfermera.

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¡Qué bueno es tener las cosas claras! ¡Las metas claras! Pudo disfrutar tanto la Navidad que pasó en Santiago junto a su familia, adornó el árbol como cada año, cenaron y repartieron los regalos. Una semana más tarde los más enfáticos abrazos de año nuevo fueron para ella deseándole lo mejor en su próxima etapa por vivir, en otro lugar, con otra familia y una nueva y gran responsabilidad. Disfrutó cada día del verano saboreando los almuerzos bajo el parrón que remataban con la correspondiente sandía con harina tostada de postre.
La carrera no era demasiado exigente, sus compañeras, casi todas de seño femenino, eran jóvenes de distintos lugares del país, amables y generosas como cualquiera que se halle lejos de familia. Su horario le permitía trabajar como secretaria ayudante de la secretaria de su director de carrera, lo que significaba un gran aporte para los gastos básicos de cualquier estudiante universitaria.
Los años pasaban como de costumbre, entre pruebas, exámenes y trabajos en grupo, buenas relaciones con su familia adoptiva, mientras ayudara con el aseo y orden de la casa, y veranos maravillosos durante los cuales se abastecía de comida y cariño para el resto del año, acarreando en marzo enormes bolsos cargados de mermeladas, mate, y pan amado por su madre, que no alcanzaba a durar una semana.
A finales del quinto año recibió su título en una pequeña ceremonia donde sólo pudieron asistir su tía y su primo menor, quien se encargó de tomar las fotografías para la familia que esperaba en santiago a su hija profesora.

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Su primer alumno en la vida, había sido su propio padre (mi abuelo), cuando ella tenía unos 10 años y cursaba el cuarto año básico, cada noche durante un año enseñó las lecciones del silabario y más tarde avanzó con el Santillana de castellano para primero básico.
Tenía carisma con los alumnos y sus apoderados, generaba vínculos, cada día enseñaba las materias intercalándolas con canciones y hasta bailes, para hacer del colegio una escuela de magia, magia del alma y de la mente.
La tía Tamara no tenía tiempo para pololear pero sí para tener buenos amigos y amigas, cada fin de semana organizaban juegos de cartas, asados o salidas al cine, en las vacaciones de verano, tomaba sol en los prados de la piscina municipal junto a sus amigas. En una de esas salidas fue cuando me obstiné en ir con ellas, tuvieron que agregar mi toalla y mi traje de baño al bolso y subirme a la micro para que parara de llorar.
La verdad es que me encantaba estar con la tía, la miraba y la admiraba, sus uñas perfectas, su cabello peinado, su ropa siempre limpia y perfumada con la Sweet Honesty de Avon. Unas de las cosas buenas de salir con la tía era que se me otorgaba el honor de recibir unos toques de la colonia detrás de las orejas y quedaba todo el día oliendo a la tía Tamara.
Íbamos las dos a la misma escuela, ella al 5º básico y yo al pre-kinder, tomábamos desayuno en la sala de profesores, entre pruebas y tiza los profes que ella llamaba “colegas” me regaloneaban como la mascota del colegio.
Volvíamos cansadas pero contentas, después de tomarme la leche y bañarme, con el pijama puesto la acompañaba un ratito mientras corregía pruebas, al día siguiente despertaba muy temprano en mi cama sin recordar como había llegado ahí.
Nuestros caminos se separaron cuando mis padres pudieron dar el pie para una casita nueva en otra comuna. Debí encontrar un nuevo colegio y asumir la vida como un camino propio.
Me sorprendió cuando un sábado por la mañana apreció la tía Tamara de visita como de costumbre con del tío Daniel, pero acompañada además por un hombre al que a ratos le tomaba la mano y con el cual conversaban en medio de carcajadas.
Pasó todo el día y no tuvimos tiempo para jugar como siempre, y tampoco disfruté de observarlas mientras cocinaban con mi madre porque pasó la mayor parte del tiempo sentada al lado de aquel hombre. A ratos en el living y otros en el patio, yo los seguía a todas partes e intentaba interponerme entre ellos proponiendo algún juego pero a cada intento recibía por respuesta un ¡Vaya a jugar con su tío Daniel!, que por esos años no me daba ni bola.
Todos fuimos creciendo, la tía Tamara se casó y tuvo sus propios hijos, el tío Daniel se fue a Valparaíso a estudiar Pedagogía en música, y yo aprendí a compartir la atención de mis padres con tres hermanos menores.
Busqué mi propia historia y me puse a pololear con un chiquillo del colegio, dimos la prueba de aptitud académica y con un puntaje espectacular mi pololo entró a Medicina Veterinaria en la Universidad y yo con mis escuálidos 570 puntos me matriculé en Pedagogía en Inglés, sintiendo que mis sueños de estudiar teatro se iban alejando un poco más.

Con la inmadurez de la juventud se nos pasa la vida entre besos y abrazos mientras los académicos hacen esfuerzos por concentrarnos en su clase, y nada, me eché dos veces fonética y mi pololo hizo lo propio con no sé que ramo.
Y ahí estamos, buscando trabajo para hacer algo, ayudando en la casa como una nana puertas adentro mientras mis padres felices de tenerme a cargo del buque aprovechan de hacer sus cosas, y mi pololo y yo creyendo que la juventud es eterna pensamos que para la otra será y nos preparamos para dar la prueba otra vez.
La prueba no es para mí, lo repito mientras enjuago la ropa en el lavadero del patio muerta de frío. Las clases del preuniversitario más rasca que encontramos no me entran ni me salen, pasan de largo, estoy cayendo en una profunda depresión, no soy ni estudiante ni dueña de casa ni formo parte oficial de la masa trabajadora.
Mi puntaje da pena, y mi pololo muy mateo, entra a estudiar psicología en una universidad tradicional, cada vez me siento más tonta, más invisible, no pertenezco al sistema, cuando llega una cuenta me ofrezco ansiosa para "salir" a pagarla, y tener la extraordinaria oportunidad de tomar el metro o la micro, compartir aunque sea por un rato las caras de otras personas.
Como la depresión avanza sin consideración, restregándome en la cara la vida universitaria de mi pololo, busco una sicóloga, que si bien no toma mi caso, me deriva a un taller de teatro de cual lograré asirme como a un trozo de madera en medio del mar. La vida comienza de nuevo, amigos, actividades, compromisos, y sueños. Esta vez elijo un preuniversitario de mayor prestigio, pero es igual al anterior, la diferencia es que quiero aprender, me doy cuenta que me encanta la historia, y el lenguaje y en matemáticas no lo hago tan mal, igual el asuntillo de los ensayos y la famosa prueba me tiene sin cuidado, para ser sincera me carga.
El puntaje me alcanzó para quedar en un orgulloso puesto numero 148 en la lista de espera de pedagogía básica. La lista corrió con todos los otros estudiantes que eligieron salvar su futuro y matricularse en otra carrera. Y ahí llegué yo, desde el primer día de clases armando polémica. Que cómo era posible que no tuvieran claro los incompetentes, en dónde teníamos la famosa clase de bases de la educación I, por fin después de recorrer en rebaño la universidad entera, dimos con la clase que duró veinte minutos donde escuchamos puras huevadas de la vida personal de la profesora.
La vida universitaria no era tan diferente de como la imaginaba, hartas clases malas, profes antiguos repitiendo la misma planificación que habían hecho hace treinta años y compañeros que no entendían para dónde iba la micro, pero como los trabajos en grupo eran pan de cada día, entre todos hacíamos algo que se parecía a lo que los profes pedían. También en grupo hacíamos las monedas para salir de "El tiempo en la botella" con las mochilas sobre exigidas en su capacidad con las cajas de vino amenazando con reventar el cierre.
Nunca, en toda la carrera dejé de acomodarme en mi cama a disfrutar de un reparador sueño por causa de una prueba - hasta tuve tiempo de casarme con mi eterno pololo-, excepto una noche en que el trabajo a presentar requería tal cantidad de manufactura de material didáctico en miniatura que a pesar de los litros de café, el juego de encaje verbal me sacó de quicio y lo cedí a mi compañera para encargarme del dominó de palabras.
Hice la práctica en un colegio muy tradicional, un cuarto básico de 42 alumnos cuya principal característica era el mutismo que presentaban los alumnos ante su profesora jefe, una señora estacionada en sus 63 años como un tanque de guerra varado camino a la cima de un cerro, ya no procuraba ni le interesaba subir más.
Yo intentaba llevarme bien con ella y con los niños, aunque ella se encargaba de dejarme bien en claro que ambas cosas eran incompatibles. Yo hacía mi mejor esfuerzo y no lograba reconocerme frente a ese modelito en unas décadas más, definitivamente me sentía más identificada con los alumnos, puedo afirmar que toda la práctica fue como un deja vú de cuatro meses.
Elaboré mi portafolio acomodada en el bufete del abogado del diablo, despotricando contra la imperturbable obsesión por el SIMCE de ése colegio y defendiendo a regañadientes el desempeño de la profesora jefe, no fuera a ser que me evaluara mal.
Llegué atrasada a la ceremonia de egreso, y tuve que salir al final con el grupo de alumnos de la sede Graneros, igual mis padres estaban contentos y mi marido también. Fuimos a celebrar y realmente se veía felicidad en el rostro de mis compañeras, lo atribuí a la diferencia de edad, probablemente si me hubiera titulado de cualquier cosa a los veinte habría saltando en una pata como ellas.
Fui contratada en un colegio "alternativo", y pensé que mi buena estrella había brillado para no hacerme sufrir la experiencia de caer en un colegio con inspectores aterradores, armados hasta los dientes con las hojas de vida del libro de clases y estandartes de guerra con la palabra "condicional" o "expulsado" bordados en filigrana dorada. Mientras trabajaba entre alfombras e incienso pensaba qué bueno que me salvé de esas salas de profesores subrepticios tras cerros de pruebas.
Los meses avanzaban y la realización profesional no llegaba, a pesar ser parte de un proyecto educativo con un método lo suficientemente parecido a mi forma de relacionarme con las personas, no me sentía cómoda, el método me era familiar, pero aplicado en ese entorno me resultaba forzoso y el resto de las personas también parecía notarlo, pero como donde manda capitán, no manda marinero, no había mucho que sugerir, pues el colegio ostentaba en su enorme letrero erigido en la esquina de un barrio residencial de la comuna de Las Condes que aquel método de enseñanza era la última chupada del mate para la gente "alternativa" (con plata) y el director vendía la pomada a cada visitante, ofreciéndole un tour por los distintos ambientes del colegio.
Estábamos 2 profesoras a cargo de dos cursos, dentro del mismo salón, y en teoría los niños debían realizar actividades en conjunto, pero cada día terminábamos cada una por un lado arrinconada con su curso tratando de concentrarse y concentrar a los niños, no había horarios fijos, ni consecuencias claras para reparar daños, en resumen, dentro de la sala funcionaba claramente una niño-cracia, avalada por la única y gran premisa de que "el cliente siempre tiene la razón", y lo peor de todo era que los niños tenían plena conciencia de su posición de ventaja. Claramente mi labor docente quedaba reducida a los caprichos de los alumnos, y que en esas condiciones socioeconómicas se daban a gran escala. Para mi bien, -después lo vine a entender- fui despedida, argumentando razones económicas, realmente el negocio no estaba tan bueno y en una decisión absolutamente opuesta al método, el director había decidido dejar una sola profesora por salón.
Forré santiago con mi C.V. y a fines de abril me llamaron de un colegio que queda cerquita de la Toma de Peñalolén, el propio director me dio las indicaciones de cómo llegar y hasta el número de la micro que me servía.
Tomé 8 cursos de 5º a 8º, cada cual más complicado, los niños carecían absolutamente de cualquier hábito de buen comportamiento, se golpeaban e insultaban como única forma de comunicación, escuchaban música con los audífonos puestos durante las clases, las groserías eran de una variedad y corte mayúsculos, etc., no puedo negar de que al menos 5 de los 45 que había por sala mostraban interés y respeto, pero realmente la fórmula a la cual ellos reaccionaban era el clásico estampado en el libro de clases con eventual citación al apoderado o expulsión, nada nuevo. Como mi forma de ver la vida y, por consiguiente, el proceso de aprendizaje no se relaciona directamente de las amenazas, comencé a practicar un casi exagerado buen trato y poco a poco fui obteniendo resultados asombrosos, mis primeros acercamientos físicos eran en principio incomprensibles para los niños, acercaba mi mano para acariciar su mentón y retrocedían automáticamente anteponiendo incluso sus manos como escudo, pero cuando se fueron dando cuenta que sólo quería hacerles un cariñito para felicitarlos o pedirles más esfuerzo para una tarea, las cosas comenzaron a cambiar. Al cabo de unos meses me entregaron la jefatura de un segundo básico, me sentía como pez en el agua, los niños son capaces o más bien, están esperando que alguien quiera recibir lo bueno que tienen para entregar, los apoderados comenzaron a participar más de cerca en el proceso de aprendizaje de sus hijos, tanto en los contenidos del colegio como en las actitudes que nos ayudan a disfrutar mejor la vida.
Sin quererlo comencé a aplicar algunas cosillas puntuales del método que promovía mi anterior colegio. Con firmeza frente a reglas de convivencia; agradeciendo, pidiendo permiso, por favor, siendo ejemplo en cada momento , logramos generar un ambiente de tanto afecto y respeto que pronto los niños comenzaron a tener mayor comprensión de los contenidos, y sobretodo más interés, siento verdadera alegría cuando un alumno logra un pequeño avance y lo luce con orgullo y yo sólo me encargo de felicitarlo, de contarle a todo el curso y de reafirmarle que era tan fácil, y que ahora nos queda seguir con más desafíos porque lo bueno de esto de venir al colegio es que todo está hecho a nuestra medida y que somos las personas las que hacemos el colegio, que de nosotros depende que las ocho horas de cada día que pasamos ahí dentro signifiquen un tormento o una instancia para aprender a vivir mejor, hacer amigos y darnos cuenta de lo que somos capaces, todo ello para sentirnos bien con nosotros mismos y despertar por la mañana agradeciendo tener la oportunidad de pertenecer a un grupo de personas que intenta lo mismo que yo.
Seguramente esa palabra que se llama vocación no tenga un verdadero significado para quien no lo ha experimentado, nunca quise ser profesora aunque los ejemplos de mi familia me hagan admirar y respetar la profesión con un particular afecto, y aún hoy sigo sin entender lo que llaman vocación, para explicarlo mejor puedo resumir que más importante que cualquier labor es la dignidad del humano que la realiza, porque si de algo tengo certeza es que no podría permitir que alguien diga de mi que soy una profesional mediocre, satisfecha, ése es el punto, porque el error que se comete con todos nosotros es hacernos creer que el proceso educativo finaliza con el título en la mano y todos quienes han vivido antes que nosotros han comprobado que el proceso termina sólo con la muerte, y estar satisfecho con lo aprendido es adelantar la muerte. La vocación si se quiere, prefiero tomarla como vocación por vivir, pero vivir de verdad, encontrando a cada paso que doy un nuevo aprendizaje, humildemente con el único fin de ser mejor persona.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Fotografías

Ese día tenía puesto el vestido con florcitas lilas, la vi llegar del trabajo y se veía diferente, menos cansada que otros días. Se cambió los zapatos, se echó crema para peinar en las palmas de las manos y la pasó por su pelo, tomó el chaleco blanco y sus maletas. La vi alejarse al atardecer. El sol iluminaba los pastizales secos y el viento los mecía suavemente. Me quedé parada largo rato hasta que desapareció, podría haber corrido para alcanzarla o gritarle que no se fuera, pero ella no me pertenecía.
Le gustaba sacar fotos y a mi me gustaba jugar con el flash que desocupaba después de varias tomas. Era como un tesoro transparente, cristalino, una misteriosa piedra que encierra un universo minúsculo en su interior. El flash era un cubito que se ponía en la cámara y duraba una cantidad de emisiones, luego había que botarlo y comprar otro, pero ella me los regalaba, aunque recuerdo que siempre se los daba primero a Marcelo, que era más grande y ordenado, pero después de una pataleta de cabra chica fundida, yo siempre conseguía uno.
Cuando me tomaba las fotos se preocupaba que todo saliera perfecto, me encrespaba las pestañas con la tijera y me ponía rubor en las mejillas, me dejaba bien peinada y me ponía un vestido bonito. Luego buscaba un fondo adecuado y probaba el ángulo, casi siempre me subía en una silla o a la cama, me hacía mirar para algún lado, eso era tan agradable, nunca me pedía que mirara a la cámara o que sonriera, sólo decía "ponga las manos en la cintura".
La única vez que miré a la cámara fue el mismo día en que me enseñó a andar en la bicicleta grande, yo estaba tan concentrada pedaleando y tratando que la bici no se me fuera para el lado que cuando la vi acercarse con la cámara, miré para que me dijera algo y me fui derechito al suelo, tengo una linda cicatriz en el muslo izquierdo.
Las fotos venían en una cartulina gruesa, con una copia grande y dos chiquititas iguales, ella sacaba las tijeras del cajón del escritorio, cortaba las fotos y me regalaba una de las chiquititas, ponía las otras en el álbum.
Casi todos sus vestidos tenían cinturón y botones, usaba collares largos de formas y colores muy bonitos, a mi me gustaba el verde, también su paraguas era verde, y a veces sus ojos eran verdes, verdes de fuerza y esperanza.

Victoria se fue, tal como su sobrina lo describió. Juntó algunas cosas, las ordenó y dobló muy bien en la maleta de cuerina, también llevó la máquina de escribir en su estuche plomo con manilla. Dejó la guitarra, seguramente para Marcelo.
Cruzó el potrero que apartaba su casa del camino, sin mirar atrás, llegó a la estación de trenes, respiró profundo, miró el cielo y sintió el aire llenando sus pulmones, calculó la inmensidad del celeste firmamento y pensó ¿para dónde iré?
Había poca gente en la estación, puso sus maletas en el suelo y buscó un lugar para sentarse. Pensó que lo mejor era quedarse en el andén, cerca de la línea por si algún tren paraba, ella estaría lista para subir, al sur o al norte.
Se ubicó en un banco a la sombra y trató de imaginar su nueva vida, se sentía tranquila pues sabía que en cualquier lugar habría una escuela en donde enseñar, mal que mal ella tenía su profesión, algo que no muchas personas lograban por esos tiempos ni pueblos.
Observó que sobre la banca había un periódico, lo tomó para abanicarse, y mientras dejaba su mente vagar libremente, pensó que siempre en momentos en que la vida le ponía encrucijadas, ella sentía en el centro del pecho una intuición que le indicaba el camino, esta vez sintió en el tacto de sus manos que ese periódico era parte de la cadena de elementos y situaciones que el destino tenía reservado para ella, como una pieza clave. A menudo pensaba que alguna sorpresa la esperaba, pero hasta ahora sus expectativas siempre habían sido esperar a que la vida le trajera estas sorpresas en bandeja, pero esta vez era diferente, Victoria había tomado una decisión que le abría un universo de nuevas posibilidades, ahora el destino estaba en sus propias manos.
Comenzó a hojear de atrás para adelante como siempre hacía con cualquier texto que llegaba a sus manos, lo hacía por la misma razón, esperaba una sorpresa y no podía soportar hasta el final, para no irse decepcionando si no aparecía nada, si comenzaba desde atrás llevaba ventaja.
Continuó leyendo sólo las noticias, mirando de reojo todo lo demás, para no viciar la suerte de encontrar lo que no sabía que buscaba. Al fin lo encontró, pero no como ella esperaba, no era un aviso de empleo, sino una columna al borde de la hoja. Hablaba acerca de la oportunidad que estaban entregando algunos países para recibir inmigrantes chilenos, el artículo terminaba indicando que para mayor información se debía dirigir a las embajadas respectivas. El corazón se le apretó y luego se le expandió al máximo, su mente giró mil veces, ¿por qué no?, ¿por qué no salir de Chile?
Estaba muy emocionada, en el aeropuerto pidió a alguien que le tomara una fotografía, con los aviones de fondo, cuando estuviera lejos la enviaría con muchas otras.
Todo era nuevo pero conocido en su mente, tal como lo había imaginado, sabía que el mundo la esperaba. Al pisar suelo extranjero se sintió solemne, única y feliz.
Caminó sin prisa hasta los buses para ir a la cuidad, buscaría un alojamiento y saldría a caminar, por un momento extrañó su bicicleta, pero algún recuerdo la hizo sonreír y siguió feliz caminando y pensando en el futuro.
Un hombre al verla con la máquina de escribir en la mano se acercó y en un pésimo castellano le preguntó si era periodista, ella pudo explicar que era profesora y que por propio interés solía escribir ensayos, pero que acaba de llegar a este país y estaba dispuesta a aceptar cualquier trabajo honrado. Él hombre se presentó como editor de una nueva revista para mujeres, le explicó que estaba intentando crear una sección en donde mujeres extranjeras comentaran sobre temas femeninos.
Victoria aceptó de inmediato, rápidamente consiguió aprender el idioma de ese país y sentirse acogida, gracias al apoyo del editor, quien se mostraba particularmente atento. Eran una pareja muy dinámica, y los proyectos no faltaban. Pero Victoria no podía sacar de su cabeza la idea de partir, a cualquier lugar, miraba el cielo y sentía al mundo tan inmenso y ella una hormiga, los lugares para vivir se le hacían pequeños.
Todo parecía bien, pero para ella sólo era suficiente, sentía hambre de conocer, viajar era todo lo que quería, sus ojos absorbían todo a su alrededor, viajar era su camino.
Hasta ahora sigo recibiendo fotos, de distintos lugares, cada año recibo tres o cuatro distintas. Marcelo ahora es un músico profesional y ya no es tan ordenado como antes. Yo conservo la bicicleta amarilla que mi tía no pudo llevar en su viaje. Me sirve para sentir el aire frío en la cara y pensar en ella.

sábado, 25 de julio de 2009

El género

Hace poco una amiga me contaba cómo observó en una actividad del curso de su hija la marcada característica de solidaridad, empatía y afecto de las niñas v/s los niños. Esto sucedió así:
Era una actividad para el día de la madre en un 1º básico mixto, todas las mamás estaban presentes excepto la de una niña, que lloraba con mucha pena porque su mamá aún no llegaba, mi amiga observó que todas las niñas pasaban por su lado a consolarla, la abrazaban y le decían palabras de aliento. Incluso su hija que hace poco le había contado que aquella niña ya no era su amiga por los típicos conflictos infantiles femeninos.
Los niños no intervenían.
Mi amiga me djo: las mujeres desde pequeñas podemos ser cahuineras, conflictivas, melodramáticas y todo lo que quieras, pero pucha que somos solidarias!!
Otra historia, caminábamos por la playa 3 mujeres y una niña de 6 años, ella dibujó en la arena una familia compuesta de mamá, papá, hermano y hermana. A las mujeres le hizo un corazón en el pecho, nosotras le preguntamos porqué a los otros no les había dibujado corazón y ella respondió que porque eran hombres. Tal vez ya en su medio había percibido esta diferencia de la forma de demostrar los afectos entre niñas y niños.
Observo cómo desde pequeñas las niñas jugamos a las muñecas, donde personificamos roles ya establecidos por la cultura, que nosotras aceptamos y valoramos con cariño, como si jugamos a ser la mamá o la profesora de las muñecas, o si jugamos con las barbies y simulamos ser bailarinas o azafatas, doctoras o mujeres adultas que disfrutan de salidas y paseos, compran ropa y van a salón de belleza. Me parece que pocas veces personificamos con nuestras muñecas a seres ficiticios con superpoderes como lo hacen los niños, las pocas veces que juegan con muñecos, en general los niños actúan personalmente sus personajes, son ellos los superhéroes porque les gusta más la actividad física que la verbal o la sicológica.
Si bien muchas niñas en los juegos proyectivos interpretan roles ficticios de princesas o hadas, en general son personajes pasivos, dulces, orientados al amor y los afectos, los niños en cambio prefieren personajes agresivos, ágiles, no muy enfocados en lo social y sí en lo individual.
Lo que no logro identificar es si esta, es una inclinación aprendida o transmitida genéticamente, donde algunas teorías explican aquello del cáliz y la espada, señalando que la dominación de un género por sobre el otro, no son decretos divinos ni están predeterminados por nuestra biología o genética, sino que surgió de la evolución de hombres y mujeres como entidades antagónicas, en un modelo de dominación.
Otras psicólogas por ahí dicen que sería recomendable mantener las diferencias y junto con ello que las mujeres intentáramos aprender lo bueno de los hombres y viceversa.
Hay una frase de una canción de Serrat que dice:
Y las muchachas hacen bolillo,
buscando ocultas tras los visillos,
a ese hombre joven,
que noche a noche forjaron en su mente,
fuerte pa ser su señor y tierno para el amor.
Ellas sueñan con él y él con irse muy lejos...
Ahí queda bastante clara la diferencia. Puede ser que los modelos que pretendemos enseñar a las niñas estén equivocados en ciertos puntos, creo que jamás debemos perder la ternura ni la capacidad afectiva, pero sería importante comenzar a inculcar en nuestras niñas la valoración no sólo en función de dar y compartir, si no también en la de recibir y llevar la vida por las astas y siempre con cariño a nosotras mismas y al mundo. Y a nuestros niños hablarles acerca de la empatía y la grandeza de los hombres que son capaces de demostrar el amor.