UNO
Un día apareció por mi casa un fotógrafo de esos típicos de colegio, vendiendo las fotos de un acto escolar. Llegó quien sabe con qué datos porque la foto que estaba vendiendo no era ni de mi colegio ni aparecía yo.
Era la fotografía de otra niña –muy parecida a mí por cierto- y seguramente algún vecino del sector, al confundirla conmigo le indicó mi dirección.
El asunto es que ni yo ni nadie de mi familia nos encontrábamos esa tarde, así que nuestra vecina, una viejita muy amable e ingenua y que además me tenía gran cariño, accedió a comprar la fotografía por nosotros.
Al llegar a nuestra casa la vecina nos contó la situación y mi papá un poco enojado al darse cuenta que no era yo y sobretodo por el precio de la fotografía, que habrán sido unos mil pesos, que para ese entonces era una suma considerable, decidió darle el dinero a la vecina refunfuñando contra la sinvergüenzura del fotógrafo y me encargó a mí que fuera a solucionar el asunto con la verdadera dueña.
A la niña de la fotografía yo la ubicaba algo y sabía más o menos dónde vivía.
Con mucha timidez grité aló en la reja y salió a abrir una señora que desconfiadamente me peguntó qué quería, le expliqué lo mejor que pude lo que había sucedido, pero ella no se mostró en absoluto interesada en escuchar mi historia. Desde la puerta me dijo que no y que mejor me fuera porque ya era tarde.
No logro recordar que sucedió después, sólo sé que cada vez que veía a esa niña y a su amiga, que no eran muy simpáticas que digamos, sentía una vergüenza atroz porque creía que sus risas iban derechito a burlarse de mí.
DOS
Para variar nunca estaba a la moda, mi papá que siempre ha sido el Robin Hood de los vendedores fracasados, me había comprado en no se qué zapatería escondida en algún rincón, unas zapatillas empolvadas, exhibidas por años en la repisa de la tienda.
Seguramente habían salido baratas, por eso las compró, pero más bien por solidarizar con el vendedor o dueño a cuya tienda no entraban ni las moscas.
Yo usaba las zapatillas porque no me quedaba otra, mientras los demás niños lucían sus North Star nuevecitas con franjas azulinas, yo le daba como tarro a mis marca chancho de lona blanca, gruesa goma delantera, que las hacían a mi gusto parecerse mucho a los zapatos que usan los payasos en su show.
Hubo una ocasión en que me encontraba en la calle conversando con una niña que tenía más o menos mi misma edad, pero a quien yo no le agradaba en absoluto, era bastante presumida y claramente tenía más personalidad que yo. De pronto la conversación derivó en mis zapatillas, ella se encargaba de dejar en claro sus apreciaciones respecto a la forma, el color, la inexistente marca y sobre todo lo viejas y feas que eran, porque de hecho ya estaban tan usadas que hasta tenían agujeros en la lona.
En un descuido mío, me arrancó una zapatilla y la lanzó sobre el techo de una casa.
Yo me quedé perpleja y humillada ante las hilarantes carcajadas de ella.
Al poco rato ella decidió entrarse y ahí me quedé yo parada pensando alguna estrategia para recuperar mi zapatilla.
Más encima, toda la situación había ocurrido en un escenario que la beneficiaba más a ella que a mí; estábamos en su pasaje y ella podía observar desde la ventana de su living cómo me las ingeniaba yo para recuperar mi zapatilla del techo de la casa de unos vecinos que yo no conocía pero ella sí.
Decidí entonces llamar a la puerta y explicar lo ocurrido pero para mi mala suerte sólo recibí un reto de la dueña de casa que me preguntó si yo estaba loca, que cómo se me había ocurrido tirar la zapatilla arriba de su techo.
Aparte de que entendió todo mal me dijo que no existía ninguna posibilidad de sacarla de ahí, que era imposible.
Para mí era tan sencillo como que me dejara subir a su techo y listo, peo ni siquiera se me ocurrió mencionarlo ante tamaño mal humor de la señora.
Así volví a mi casa con una sola zapatilla y debí usar los zapatones del colegio para toda ocasión y por bastante tiempo.
TRES
Esto sucedió hace poco tiempo, para la celebración del año nuevo del 2001 puede ser.
Estábamos con mis hermanos y mi pololo celebrando el año nuevo con un pequeño asadito en el patio, por supuesto que todos los menesteres culinarios y del hogar estaban a cargo mío pues mi mamá para variar se encontraba trabajando esa noche.
De hecho estábamos celebrando porque extrañamente mi papá había decidido no ir a su trabajo y propuso comprar una carnecita para hacerla a las brazas, yo me encargué de las ensaladas y el arroz y también de lavar los platos y ordenar la cocina.
En fin, cuando eran cerca de las once y cuarto de la noche vi a mi papá salir a la calle con el carrito de la feria por la puerta del patio, le pregunté en tono de broma si iba a dar una vuelta a la manzana con el carro en vez de una maleta como es la tradición y me respondió que sí.
Al rato llegó y nos invitó a todos a ver los fuegos artificiales de la torre ENTEL, hecho que me extrañó de sobremanera porque mi papá nunca ha estado ni ahí con las celebraciones de año nuevo.
Ordenamos un poco y apagamos las luces, nos subimos todos al auto y vi que el carro de la feria estaba en la maleta, que no alcanzaba a cerrarse por el tamaño del carro. El asunto es que nos apuramos para que no nos dieran las doce en el camino, llegamos justito y encontramos un estacionamiento en una callecita muy cerca de la Alameda.
Vimos los fuegos, gritamos, nos abrazamos y luego que se acabó todo, mis hermanos, mi pololo y yo pensamos en irnos, pero mi papá en vez de partir al auto apareció con el carro y dijo: no, no, nada de irnos, ahora vamos a recoger botellas.
Creo que todos tuvimos unos segundos de estupefacción pero como no había otra opción despabilamos y empezamos a echar botellas de champaña al carro de la feria. También en bolsas y en lo que fuera; las empezamos a juntar a una orilla de la calle y la propia gente que por ahí pasaba nos entregaba su aporte, dando por hecho que allí se dejaban las botellas.
Entre tanto nos tomábamos todos los conchos estuvimos en ese afán casi dos horas y tuvimos que parar porque ya no cabían más botellas en el auto. Nos subimos como pudimos, apretados, uno encima del otro y volvimos a la casa.
Días después le pregunté a mi papá cómo le había ido con el negocio de las botellas y me contestó que no muy bien porque la compraventa había bajado los precios aprovechando que en esa fecha había exceso de oferta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario