viernes, 19 de junio de 2009

La micro

Las tardes de Mayo a veces tienen un sol blanco, cuando puede se sienta en el rincón con la ventana más amplia de toda la micro, es como una gran pantalla de cine.
Las veredas dejan historias, de pasos dados por gente que también tiene sueños -pero algunos no lo saben-, piensa, mientras el sol tibio de la tarde lo besa en la mejilla.
Durante el ocaso, que dura pocos minutos, aprovecha de meterse por las ventanas de las casas que comienzan a encender sus luces y aún no han cerrado sus cortinas, y quisiera estar ahí dentro, en cada comedor, para tomar té calentito y comer queque y pan con mantequilla. Esa hora antigua, cuando ya todos han llegado y la casa deja de estar fría para reunir a la familia.
Cuando cae la noche y el reflejo de la luz no permite ver el paisaje, intenta a la fuerza mirar las luces allá lejos, no quiere distinguir si la cuidad lo embruja o lo atrapa. Sabe que nunca va a olvidar los letreros luminosos que vio cuando niño; el de las pantys, donde varias piernas bailaban como estrellas, o el de aluminio con un monito mágico, y el de champaña! que te hacía sentir como si fuera año nuevo todos los días. Ninguna luz se iguala a eso.
En las mañanas la micro va tan llena que se pasa una hora mirando los zapatos de la gente, juega a adivinar sus rostros con esa única pista. Luego de revisar sus aciertos o fallos, continúa con la ficha clínica de los pasajeros, intenta descifrar sus maneras de vivir.
Pero cuando llueve, nada es mejor que cuando llueve, aunque el vidrio se empañe, sabe que allá afuera todos huyen y él en cambio, va tan tibio y seguro en su butaca de cine.

martes, 9 de junio de 2009

No me dejes caer en tentación

Sí, lo sé. Esto debería darme vergüenza. Si yo fuera mi madre me pararía frente a mi, clavaría los ojos acusadores y me daría vuelta la cara con una espectacular cachetada de ida y vuelta.
Llegué tarde, estaba solo, es decir, andaba solo. Lo hizo notar, me abrazó fuerte y colgó una frase extra en mi oreja con aliento caliente. La noche pasó larga, canciones, sonidos, roces, humo de cigarro. Afuera sólo una luna gigante caía cuando salimos. Subimos al auto, no quise hablar. La radio tenía canciones que daban la impresión de ser mensajes del inconsciente...Ahora o nunca... sonaba dulce la voz de Ángela Carrasco...me quieres como un niño quiere a su juguete. Lo entendí, pero no quise salvarme. La siguiente canción llegó como borboteo de vino en la garganta; rojo oscuro. Acaríciame... gritaba María Conchita -con ese nombre, seguro sabía disfrutar la vida-.
Llegamos al hotel, entramos a la habitación y tuvo que volver al auto a buscar su teléfono, por si llamaba "ella". Mientras, me quedé sentada en el borde de la cama, sin moverme, miraba fijamente la alfombra de peluche rojo.
Volvió y me tomó por la espalda, desabotonó mi abrigo y me señaló la alfombra. Me desvestí a medias mientras él apagaba la luz. La habitación quedó apenas alumbrada por una pequeña lámpara de acrílico rojo. Terminó de desvestirme, y me dejó boca abajo, cruzó mi espalda con lentos lamidos. Ya estoy aquí -pensé-, metida hasta el cuello. No queda otra, basta de remordimientos, no puedo pensar ahora en su novia ni en mi dignidad.
Me volteó y despacio mordió mis senos, con calma bajó hasta el pubis, separó mis piernas y mojó mi clítoris con un largo beso. Quiere volverme loca -pensé-. Hicimos el amor por horas. Me fue a dejar.
Con razón Oscar Wilde insistía en que se puede resistir todo, menos la tentación.

lunes, 8 de junio de 2009

Deja que llueva


Me pasaría horas en tus ojos sin bastarme,
me quedaría días aquí en tus labios a beber,
me envolvería en el silencio blanco de tu arena
y deja que llueva, deja que llueva.
Caminaría por tu piel descalza y vulnerable,
te ofrecería besos de los de sabor a miel,
me bañaría en tu ternura cálida y serena,
y deja que llueva, deja que llueva.
No quiero saber
lo que hay detrás de cada gota de agua
Ven, deja que el viento haga el resto entre los dos.
Me pasaría horas en tus brazos sin soltarme
me quedaría días así, en tu cuerpo, sin pedir
me encerraría en ese cielo, el que tu me acercas
aunque ahí afuera, sea primavera
No quiero saber
lo que hay detrás de cada gota de agua
Ven, deja que el viento haga el resto entre los dos.
Me pasaría horas en tus brazos sin soltarme
me quedaría días así, en tu cuerpo, sin pedir
me encerraría en ese cielo, el que tu me acercas
y cuando quieras que yo te quiera
deja que llueva, deja que llueva
y cuando quieras que yo te quiera
deja que llueva, deja que llueva...

domingo, 7 de junio de 2009

Estaciones pasadas

El tiempo ha visto cambiar mi piel, cada otoño me deshojo. La miel de mi memoria parece ser un recurso inagotable en los días blancos. Intento juntar capas de sol, pero la fuerza que inventé se debilita y la costra de sal que me envuelve la garganta se agrieta, y un poco de corazón se filtra hacia afuera.
Las calles no acompañan mis pasos, sin olfato doy vueltas como ciego en pueblo nuevo. Ya en mitad del año me ha cubierto el hielo. Duermo sabiamente reservando las energías que aún me quedan.
He sentido suave olor a jazmín en el aire, pero el humo de mi cigarro lo empaña todo. Me pregunto si recuerdas cuando el cielo era amarillo, las pestañas tenían vida y había miel en las mejillas.
En verano, el viento tibio acelera el arroyo de mis venas, la luz me aclara el cabello y matiza mi piel.
Mi pecho tiene vida propia, o muerte propia, no lo reconozco, mis manos y pies me son ajenos. Mi lengua está amarga y se me descascaran los labios un poco más con cada beso que dan.
Por momentos una gota cae, dejando un delgado hilo que cruza hasta mis pies, cae muy despacito, tarda días y noches, lluvias y soles, todas la lunas, y creo se trata de la última. Desnuda puedo mirarme, ya no siento vergüenza, veo que la soledad es de alguien más, porque a mi me acompaña todo el tiempo la dulzura de mi amor.