lunes, 7 de diciembre de 2009

Fotografías

Ese día tenía puesto el vestido con florcitas lilas, la vi llegar del trabajo y se veía diferente, menos cansada que otros días. Se cambió los zapatos, se echó crema para peinar en las palmas de las manos y la pasó por su pelo, tomó el chaleco blanco y sus maletas. La vi alejarse al atardecer. El sol iluminaba los pastizales secos y el viento los mecía suavemente. Me quedé parada largo rato hasta que desapareció, podría haber corrido para alcanzarla o gritarle que no se fuera, pero ella no me pertenecía.
Le gustaba sacar fotos y a mi me gustaba jugar con el flash que desocupaba después de varias tomas. Era como un tesoro transparente, cristalino, una misteriosa piedra que encierra un universo minúsculo en su interior. El flash era un cubito que se ponía en la cámara y duraba una cantidad de emisiones, luego había que botarlo y comprar otro, pero ella me los regalaba, aunque recuerdo que siempre se los daba primero a Marcelo, que era más grande y ordenado, pero después de una pataleta de cabra chica fundida, yo siempre conseguía uno.
Cuando me tomaba las fotos se preocupaba que todo saliera perfecto, me encrespaba las pestañas con la tijera y me ponía rubor en las mejillas, me dejaba bien peinada y me ponía un vestido bonito. Luego buscaba un fondo adecuado y probaba el ángulo, casi siempre me subía en una silla o a la cama, me hacía mirar para algún lado, eso era tan agradable, nunca me pedía que mirara a la cámara o que sonriera, sólo decía "ponga las manos en la cintura".
La única vez que miré a la cámara fue el mismo día en que me enseñó a andar en la bicicleta grande, yo estaba tan concentrada pedaleando y tratando que la bici no se me fuera para el lado que cuando la vi acercarse con la cámara, miré para que me dijera algo y me fui derechito al suelo, tengo una linda cicatriz en el muslo izquierdo.
Las fotos venían en una cartulina gruesa, con una copia grande y dos chiquititas iguales, ella sacaba las tijeras del cajón del escritorio, cortaba las fotos y me regalaba una de las chiquititas, ponía las otras en el álbum.
Casi todos sus vestidos tenían cinturón y botones, usaba collares largos de formas y colores muy bonitos, a mi me gustaba el verde, también su paraguas era verde, y a veces sus ojos eran verdes, verdes de fuerza y esperanza.

Victoria se fue, tal como su sobrina lo describió. Juntó algunas cosas, las ordenó y dobló muy bien en la maleta de cuerina, también llevó la máquina de escribir en su estuche plomo con manilla. Dejó la guitarra, seguramente para Marcelo.
Cruzó el potrero que apartaba su casa del camino, sin mirar atrás, llegó a la estación de trenes, respiró profundo, miró el cielo y sintió el aire llenando sus pulmones, calculó la inmensidad del celeste firmamento y pensó ¿para dónde iré?
Había poca gente en la estación, puso sus maletas en el suelo y buscó un lugar para sentarse. Pensó que lo mejor era quedarse en el andén, cerca de la línea por si algún tren paraba, ella estaría lista para subir, al sur o al norte.
Se ubicó en un banco a la sombra y trató de imaginar su nueva vida, se sentía tranquila pues sabía que en cualquier lugar habría una escuela en donde enseñar, mal que mal ella tenía su profesión, algo que no muchas personas lograban por esos tiempos ni pueblos.
Observó que sobre la banca había un periódico, lo tomó para abanicarse, y mientras dejaba su mente vagar libremente, pensó que siempre en momentos en que la vida le ponía encrucijadas, ella sentía en el centro del pecho una intuición que le indicaba el camino, esta vez sintió en el tacto de sus manos que ese periódico era parte de la cadena de elementos y situaciones que el destino tenía reservado para ella, como una pieza clave. A menudo pensaba que alguna sorpresa la esperaba, pero hasta ahora sus expectativas siempre habían sido esperar a que la vida le trajera estas sorpresas en bandeja, pero esta vez era diferente, Victoria había tomado una decisión que le abría un universo de nuevas posibilidades, ahora el destino estaba en sus propias manos.
Comenzó a hojear de atrás para adelante como siempre hacía con cualquier texto que llegaba a sus manos, lo hacía por la misma razón, esperaba una sorpresa y no podía soportar hasta el final, para no irse decepcionando si no aparecía nada, si comenzaba desde atrás llevaba ventaja.
Continuó leyendo sólo las noticias, mirando de reojo todo lo demás, para no viciar la suerte de encontrar lo que no sabía que buscaba. Al fin lo encontró, pero no como ella esperaba, no era un aviso de empleo, sino una columna al borde de la hoja. Hablaba acerca de la oportunidad que estaban entregando algunos países para recibir inmigrantes chilenos, el artículo terminaba indicando que para mayor información se debía dirigir a las embajadas respectivas. El corazón se le apretó y luego se le expandió al máximo, su mente giró mil veces, ¿por qué no?, ¿por qué no salir de Chile?
Estaba muy emocionada, en el aeropuerto pidió a alguien que le tomara una fotografía, con los aviones de fondo, cuando estuviera lejos la enviaría con muchas otras.
Todo era nuevo pero conocido en su mente, tal como lo había imaginado, sabía que el mundo la esperaba. Al pisar suelo extranjero se sintió solemne, única y feliz.
Caminó sin prisa hasta los buses para ir a la cuidad, buscaría un alojamiento y saldría a caminar, por un momento extrañó su bicicleta, pero algún recuerdo la hizo sonreír y siguió feliz caminando y pensando en el futuro.
Un hombre al verla con la máquina de escribir en la mano se acercó y en un pésimo castellano le preguntó si era periodista, ella pudo explicar que era profesora y que por propio interés solía escribir ensayos, pero que acaba de llegar a este país y estaba dispuesta a aceptar cualquier trabajo honrado. Él hombre se presentó como editor de una nueva revista para mujeres, le explicó que estaba intentando crear una sección en donde mujeres extranjeras comentaran sobre temas femeninos.
Victoria aceptó de inmediato, rápidamente consiguió aprender el idioma de ese país y sentirse acogida, gracias al apoyo del editor, quien se mostraba particularmente atento. Eran una pareja muy dinámica, y los proyectos no faltaban. Pero Victoria no podía sacar de su cabeza la idea de partir, a cualquier lugar, miraba el cielo y sentía al mundo tan inmenso y ella una hormiga, los lugares para vivir se le hacían pequeños.
Todo parecía bien, pero para ella sólo era suficiente, sentía hambre de conocer, viajar era todo lo que quería, sus ojos absorbían todo a su alrededor, viajar era su camino.
Hasta ahora sigo recibiendo fotos, de distintos lugares, cada año recibo tres o cuatro distintas. Marcelo ahora es un músico profesional y ya no es tan ordenado como antes. Yo conservo la bicicleta amarilla que mi tía no pudo llevar en su viaje. Me sirve para sentir el aire frío en la cara y pensar en ella.